Por María Laura Böhm
Doctora en ciencias sociales, abogada y criminóloga.
Mientras el mundo sigue sacudido por los atentados ocurridos en Noruega, país de mucha riqueza y blancura, en Argentina mueren civiles y policías a causa de un enfrentamiento brutal en medio de un desalojo en una de las provincias más pobres del país.
De acuerdo con índices internacionales Noruega es uno de los países con mejor calidad de vida, con alrededor de un tres por cierto de desocupación y que no cuenta con la pena de muerte, ni siquiera la prisión perpetua, entre sus sanciones penales. En Argentina la desocupación está muy por encima del índice noruego, existe la pena de prisión perpetua, y siempre vuelven a oirse reclamos pidiendo la instalación de la pena de muerte. Los momentos de desequilibrio irrefrenable de un individuo que terminó con la vida de más de setenta personas era difícil de prever o de evitar. El enfretamiento entre policías y civiles en la planta de Ledesma era absolutamente evitable, y prescindible. ¿Qué tienen en común estas dos realidades?
Nada, podría decirse. Sin embargo, sí hay algo en común. Noruega y Jujuy fueron escenarios del enfrentamiento cultural, del enfrentamiento entre unos, que no toleran, y otros, que exigen ser tolerados. En Noruega fue precisamente un noruego, quien manifestó descarnadamente su odio contra musulmanes, socialdemócratas, ecologistas y marxistas... Un joven socialmente acomodado, liquidando a quienes consideraba indeseables. En Jujuy se trató de un enfrentamiento contra la pobreza, en manos de quienes no actúan por designio propio, sino obedeciendo órdenes e intereses de quienes no sufren esa pobreza, sino que tal vez incluso la ocasionan o perpetúan.
Ninguna de estas tragedias pudo ser penalmente prevenida, ni será útil la sanción penal que pueda imponerse. La sanción siempre llega tarde, y no sirve sino para sumar violencia a la violencia que pretende castigar. Tal vez en algún momento podamos darnos cuenta que el tan trillado concepto de la seguridad, no tiene nada que ver con el sistema penal. Ni para prevenir, ni para sancionar.
La seguridad constructivamente entendida consiste en la convivencia, en la comunicación, en el respeto por el otro y la otra (sea quien sea ese otro o esa otra), en la sociabilidad, abierta y diversa, en la aceptación de que la satisfacción de las necesidades básicas es un derecho fundamental, inalienable, de todo individuo. Si esta seguridad se exigiese, se enseñase y se practicase integralmente con tanto afán como se reclama siempre esa otra (la seguridad apócrifa, la del mundo sin inmigrantes y con penas capitales), las tragedias de Oslo, Utoya, Jujuy y todas las que suceden a diario en distintos puntos del planeta, tendrían sus días contados.
Un espacio para que hablemos de política criminal y de respeto a los derechos humanos. De seguridad y de inclusión ciudadana. De cárceles y de personas privadas de libertad. Para el debate y la acción. Para la crítica y la propuesta. Porque asumimos el compromiso de compartir lo que sabemos, sabiendo que todo conocimiento es parcial y limitado.
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